Toda nuestra realidad hace que sintamos unas emociones u otras. Lo que vemos, lo que tocamos, lo que escuchamos, lo que hacemos, con quien estamos… Todo ello nos genera diferentes emociones, diferentes estados de ánimo. Eso sí, no siempre despierta las mismas. Cada cosa activa unas respuestas emocionales. Hasta ahí todo perfecto. ¿Verdad? Pues ahora viene lo divertido.

De las emociones en sí, sí que somos conscientes. Pero de lo que no somos conscientes es cuando vemos algo, hacemos, escuchamos…, lo que sea, hay una respuesta neuronal. Se activan unos circuitos neuronales y esto hace que se produzca un cambio químico en nuestro cerebro. Y en función de qué red neuronal se active, de qué conjunto de neuronas se aviven, se “despertará” una parte de nuestro cerebro u otro.

Es como una piscina. Cuando tiramos una piedra a la piscina, el agua sufre un cambio, un movimiento. Pero claro, en función de en qué parte de la piscina echemos la piedra, las pequeñas olas, los pequeños movimientos del agua se producirán en una parte u otra. Aunque toda la piscina se vea afectada, pero sólo una pequeña parte se mueve. El agua, cuanto más lejos del lugar donde hemos tirado la piedra, menos se moverá, y cuanto más cerca, más se moverá. Pero toda la piscina se ve afectada. Pues lo mismo pasa con nuestro cerebro. En función de lo que veamos, lo que escuchemos… se activarán unas redes neuronales u otras lo que generará una respuesta emocional u otra, pero todo nuestro cerebro se fe afectado.

Hasta aquí todo perfecto. Lo de nuestro alrededor genera en nosotros una respuesta emocional. Pero claro, dicha respuesta no siempre es la misma. Unas veces será positiva y nos sentiremos bien y otras veces será negativa y no disfrutaremos tanto con ella. Cuando la emoción es positiva, genial, que se repita todas las veces que quiera. Pero cuando lo vivido nos hace sentir mal, nuestra respuesta es negativa. La cosa no es tan maravillosa y no queremos volver a sentirlo. Queremos que esa emoción desaparezca en nosotros lo antes posible. ¿Verdad?

Esto nos lleva a una conclusión. La clave está en las emociones que sentimos ante un suceso o situación. Si la clave está en la emoción que sentimos, ¿por qué no cambiarla? Si no nos gusta ponemos otra en su lugar y ya está. ¿No? En nuestro día a día lo tenemos muy claro. Lo hacemos con mucha frecuencia. Si no me gusta la ropa que llevo, me cambio. Me pongo otra y ya está. Pero, ¿y las emociones? ¿Se pueden cambiar así como así? La respuesta es afirmativa. Nosotros podemos cambiar intencionadamente nuestras emociones y elegir sentir una en vez de otra.

¿Quieres saber cómo hacerlo? Sigue leyendo.

Cuando respondemos igual ante una situación, la emoción será la misma. Y cuanto más se repita, más fuerza ganará esa red neuronal. Pero, ¿y si emocionalmente respondemos de manera diferente? ¿Y si elegimos sentir otra emoción? Lo que estaremos haciendo será dejar de activar la red neuronal que crea la emoción que queremos cambiar. Cuando hacemos esto, esa red neuronal que nos lleva a sentirnos mal irá perdiendo fuerza. Se hará cada vez más y más débil hasta que llegue un momento en el que definitivamente se rompa. ¿Cómo hacerlo? La clave es responder de otro modo ante la situación que genera esa emoción negativa que no deseamos sentir. Así, cuanto más responda de una manera nueva, y menos repita la antigua, más fuerza irá ganando la nueva red neuronal. Eso sí, repitiendo la nueva, pero siempre la misma. Es como cuando desarrollamos nuestra flexibilidad física o cuando aprendemos un lenguaje. Cuanto más lo practiquemos, seguros nos sentiremos.

 

-Sara Estébanez-

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