– ¿Sabes lo que me pasó el otro día?

– ¡Cuéntame!

– Estoy pintando la casa. Bueno, unos pintores están pintando la casa. Y estaban haciendo chapuzas de las buenas: dejando manchas en el techo y las paredes, dejando cachos sin pintar… En fin, mil cosas que no podía pasar por alto. Estaba pagando por un servicio y no estaban cumpliendo con lo contratado.

– ¿Y qué hiciste? Yo les habría mandado a freír puñetas sin pagarles ni nada y llamar a otros.

– Yo llamé al jefe y se lo conté. Fue varios días para comprobar lo que le estaba diciendo. El primer día, como no estaba en casa, el trabajador le enseñó cosas que sí estaban bien hechas y el jefe quedó contento. Pero al día siguiente volví a llamar al jefe y le conté mil fallos/chapuzas que estaban haciendo. El jefe se estaba volviendo loco. ¿Qué pasó entonces? Volvió a venir a casa, Esta vez estaba yo sola con él. Y le enseñé los desastres que tenían montados en un montón de sitios.

– ¿Y qué te dijo el jefe? Yo les habría mandado a la mierda a todos, al jefe y a los trabajadores.

– Para empezar, el jefe me creyó. Sólo el hecho de que viniese me estaba demostrando que no daba por correcto y maravilloso lo que sus trabajadores le estaban diciendo. Me creyó. Eso fue de gran valor por su parte. Otros jefes te ignoran y justifican y dan la razón a sus empleados. Pero él no. Preparó una estrategia. Al día siguiente volvieron a venir los trabajadores, como si nada. Siguieron pintando como siempre. Pero esta vez tenían una sorpresa. El jefe fue a verles a última hora e hizo que hablásemos los tres juntos: el encargado de lo que estaban haciendo en casa, el jefe y yo.

– ¿Y qué pasó?

– El jefe le fue enseñando errores que habían tenido los trabajadores y el encargado según iba viendo cosas, más nervioso se ponía. Se puso tan nervioso que empezó a gritarnos a mí y al jefe y se marchó todo cabreado y enfadado. En ese mismo momento el jefe decidió echarle a él y al resto de trabajadores que estaban pintando en casa. Los mandó a la calle.

– Entonces te quedaste sin trabajadores, sin terminar la pintura y todo un follón montado en casa.

– Al día siguiente vino el jefe y fue él mismo el que se puso a pintar. Era el que pintó mi casa la anterior vez hace unos cuantos años. Nos encantó cómo trabajó. Cómo dejó todo impoluto. Cómo no había ningún fallo por ningún lado. Fue impresionante. Por eso le llamamos para que pintase esta vez.

– ¡Jolines! Que se pusiera él a pintarlo todo tiene ya mucho mérito. Yo habría llamado a otros trabajadores y ya está. Eso de ir él es rebajarse. Ahora es el jefe, el dueño de la empresa.

– Yo no sé por qué no llamó a otros trabajadores en realidad, pero yo habría hecho lo mismo. Creo que eso no es rebajarse. Es aprender de la situación y responsabilizarse de lo sucedido. Él sabía que a mí me gustaba cómo lo hace él. Y ¿quién mejor que él para hacerlo como él mismo lo hace? Él sabe que, a pesar de su error al llamar a esos trabajadores, yo como cliente me voy a quedar más que a gusto y que me va a encantar lo que ha hecho. Es más, si alguien me pregunta por un pintor, yo recomendaría a este porque sé que sí o sí va a dejar la casa de maravilla.

 

-Sara Estébanez-

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