Habitualmente no nos fijamos en el vocabulario que usamos en nuestro día a día. No el que tenemos con los demás, que también. Pero el que hoy nos importa es el que tenemos con nosotros mismos. No nos fijamos en cómo nos hablamos.

Muchas veces, sin darnos cuenta, nos decimos cosas como “Estoy tonto.”, “No valgo para esto.”, “Soy un estúpido.” y así infinidad de desprecios. ¿Te suena esto de algo?

Muchas veces nos lo decimos de forma sarcástica. Como si fuese una broma que nos regalamos a nosotros mismos. El problema es que el inconsciente no sabe lo que es el sarcasmo. Para él no existe el doble sentido de las palabras. ¿Qué te dices que “eres tonto”? Pues eso es lo que estás programándote. Te estás creando pensamientos sobre lo tonto que eres. Actúas como una persona tonta. ¿Y qué pasa? Que al final se queda grabada esa “tontez” en tu inconsciente y te conviertes en eso, en una persona tonta. Lo digo con el ejemplo de ser tonto. Pero ahí podría poner cualquier pensamiento negativo que se te ocurra. Cuanto más te lo digas, antes se quedará ahí “pegado” en tu mente y condicionando tu realidad.

Pero claro, lo que decíamos antes, este tipo de frases peyorativas hacia nosotros mismos surgen así, de repente. No somos conscientes de que vienen, pero ahí aparecen. ¿Por qué? Porque es algo que hemos hecho durante mucho tiempo. Nos hemos minusvalorado muuuuchas veces. Y cuanto más practicas, mejor te sale y más rápido te sale. Pero a la inversa sucede lo mismo. Si empiezas a contradecir todas esas frases negativas y contradecirlas con otras positivas, antes desaparecerán. ¿Cómo hacer esto?

Pongamos que te dices, “Soy un inútil.”. Pues para contrarrestarlo te puedes diciéndote cosas que hayas hecho bien, metas que hayas logrado. Obstáculos o limitaciones que hayas conseguido esquivar. Limitaciones que hayas conseguido superar. Incluso, puedes tener una conversación contigo mismo, por ejemplo. Sigamos con el caso de llamarte a ti mismo inútil. ¿Cómo podría ser ese diálogo interior contigo? “Sí, me he confundido. Esto me ha salido mal. He fallado en esto. Pero, ¿sabes una cosa? Hay miles de cosas que he hecho bien. Miles de metas que he logrado. ¿Qué no he conseguido ahora lo que me he había propuesto? Bueno, ya sé una forma en la que no sale. Lo intentaré de otro modo y si no sale de otro, si no de otro, hasta que lo consiga. Yo puedo lograrlo. Igual que aprendí a andar, a leer o a multiplicar. No acerté a la primera. Me caí más de una vez. Cometí más de una falta de ortografía y más de una suma me salió mal. Incluso ahora. Pero ahí sigo, andando, leyendo y multiplicando. Todo ello gracias a mi tesón. Y con esto pasa lo mismo. Mi tesón y mi paciencia me ayudarán a lograrlo.”

Todos nos equivocamos. Los niños los primeros, no nacen sabiendo. Como nosotros tampoco lo hicimos. Pero, ¿por qué a los niños les aceptamos sus errores y les animamos y a nosotros no?

Analízalo. ¿Qué te dices a ti mismo? ¿Te dices cosas bellas o te menosprecias? ¿Te fijas en las cosas en las que tus capacidades son elevadas o en aquellas que te cuesta lograr? En definitiva, ¿qué te dices a ti mismo?

Anímate. Quiérete. Tu cuerpo y todo tu ser te lo agradecerán.

-Sara Estébanez-

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