– No es justo. Con lo bien que he hecho el examen. Hasta he sacado una buena nota. Pero por muy buena que sea, mis padres no me dicen nada. Se callan y ya está. Es como si les contase que se entra a casa por la puerta. Lo dan como algo normal. Les importa un pepino.
– ¿Tú crees que es así?
– Es que ni me miran. Pasan olímpicamente.
– Mira, te voy a contar un secreto. Hay miles de motivos por los cuales una persona no felicite a otro por sus logros.
– ¿Por qué? No lo entiendo.
– Uno no puede hacer con el otro lo que no puede hacerse a sí mismo. Mira. Pongamos un ejemplo. ¿Tú crees que alguien daría de comer a otro antes de hacerlo a sí mismo? ¿Se tiraría varios días sin comer nada para que comiese el otro?
– Pues no, claro. Si no come se muere. Primero comerá y, después, ayudará al otro.
– Es decir, necesita tener para poder dar. No podemos dar a otra persona lo que no tenemos.
– Y esto, traducido a mi examen, ¿qué tiene que ver?
– No pueden ver en ti lo que no pueden reconocer en ellos mismos. No son conscientes de su valía. Por eso hacen ver al otro que lo que ha hecho éste es insignificante. Si lo que yo hago no sirve de nada, lo que hace el otro tampoco vale nada.
– Si ellos no se aprecian a sí mismos, tampoco lo podrán hacer en el otro.
– ¡Justo! Uno actúa afuera igual que como lo hace consigo mismo dentro. Y claro, cómo va a aceptar que el otro sí puede y él no. Eso significa que tú eres más que ellos. Tú has conseguido lo que te proponías y ellos no. Por eso tampoco son capaces de felicitarte. Pero hay más.
– ¿Más?
– Sí. El otro también es tu reflejo. Es como un espejo. Está mostrándote, está diciéndote lo que tú mismo te estás diciéndote a ti mismo. ¿Cuánto vales tú? ¿Cuán valioso es tu logro de sacar buena nota en el examen?
– Bfff… Es algo normal. Es mi función. Si quiero sacar la carrera, tendré que estudiar.
– Hasta ahí estoy de acuerdo. Si no apruebas, no pasas de curso. Pero, ¿cuál es tu mérito? ¿Lo estás reconociendo? ¿Estás dando algo de valor a esto que has conseguido?
– Pues poco, la verdad.
– Le estás diciendo el otro que no vales. ¿Consecuencia? El otro no reconoce tu valía. Él le da el mismo valor que tú le das a lo que haces. Es tu reflejo. Si quieres que reconozca en ti tus logros y te felicite por ellos, lo primero que deberás hacer es reconocerlos tú. Darles importancia tú. Y cuando tú lo hagas, el de enfrente también lo hará. Encima, al no valorarte, le estás dando pie a apoyar su teoría de que él es más que tú y actúe con más prepotencia y te infravalore más.
– Conclusión, ¿si yo no me valoro, el otro no lo hará? ¿No?
– ¡Efectivamente! Si tú no te valoras, si tú no reconoces en ti aquello que vas consiguiendo, tampoco podrá hacerlo el otro.
– Pero si el otro no se valora a sí mismo, tampoco lo hará conmigo.
– O no. A lo mejor le estás enseñando a ver lo bueno que hay en sí mismo. Si lo ve en ti, tarde o temprano lo verá en sus propias acciones.
– ¡Mira! Eso me gusta. Gracias. Es un placer hablar contigo y descubrir tantas cosas.
– Gracias a ti. Que tengas un maravilloso día.
-Sara Estébanez-
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