“Érase una vez, un pequeño erizo del que todo el mundo se apartaba. El pequeño Picotizo, así se llamaba, sacaba sus púas cada vez que alguien se le acercaba.

Cuando sentía miedo, cada uno de sus pelos se transformaba en una punta de lanza para defenderse. Cuando el enfado aparecía, sus espinas se hacían cada vez más puntiagudas. En el momento que la envidia aparecía, su espalda se erizaba. Esto hacía que ninguna persona de la aldea quisiese estar con él.

De hecho, siempre andaba muy triste por el pueblo, hasta que un día, uno de los hombres más ancianos de la aldea le paró y habló con él contándole uno de los mayores secretos. Hacía tiempo que le venía observando y se había percatado de cómo el pobre animal trataba de hacer amistades en vano. Por eso, le detuvo, le llevó a un lugar apartado y le habló dándole la clave que le había hecho triunfar a él en el pasado.

– Picotizo, he visto cómo tratas de entablar relación con la gente y cómo todos te rehúyen.

– Sí, nadie quiere estar conmigo – dijo entre sollozos. – Por más que intento que mis espinas no salgan, no consigo evitar que éstas se pongan de punta.

– Lo sé. – Replicó el anciano. – Pero es porque te centras en la emoción errónea.

– No entiendo.

– A ver. Di me si me confundo. Cuando estás con la gente sientes, ira, rencor, envidia, odio o celos, dependiendo de cada situación. ¿Verdad?

– Sí. – Respondió el pequeño animal entre sollozos.

– Ahí está el problema. Todas esas emociones hacen que tus espinas se pongan en alerta. Pero hay una emoción que revierte todo y las deshace.

– ¿Cuál? – Preguntó ansioso.

– El amor. Trata de dar amor a todos los que te rodean y verás lo que pasa. Aplícalo, y dentro de un mes me cuentas.

Ambos se despidieron y Picotizo, a la primera oportunidad que tuvo, empezó a poner en práctica lo que el anciano le había sugerido. Cuál fue su sorpresa cuando empezó a sentir amor por la primera persona que se le acercó. No sólo las espinas nos e le levantaron, sino que pudo comprobar cómo alguna de ellas se desintegraba con cada verdadero sentimiento de afecto que salía de su corazón.

Así, según fueron pasando los días y nuestro protagonista fue infundiendo amor allí por donde iba, sus espinas fueron desapareciendo hasta que un buen día perdió todas.”

Aquí en nuestro cuento hemos puesto a un erizo, pero en la realidad de los seres humanos muchas veces nos encontramos con situaciones parecidas a las del pobre Picotizo. Personas picantes e hirientes que, por más que intentan entablar relaciones con los demás, sus miedos, sus traumas y su pasado no le están permitiendo sacar toda su belleza interior. Esto, a su vez, les está haciendo ser personas solitarias y aisladas del resto del mundo.

Pero como decía nuestro anciano, el amor es la mayor emoción que puede tener el ser humano para sanar sus relaciones y sanarse a sí mismo. Cuanto más amor muestres al mundo, más amor te será devuelto.

-Sara Estébanez-

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