Un día estaba yo en la parada del autobús esperando a que llegase para irme al centro de Madrid. Había más gente al lado mío. Pero bueno, estaban ahí y ya está. De repente empezaron dos amigas a hablar entre ellas. Estaban pegadas a mí, con lo que fue imposible no escuchar la conversación.

Decía una que iba a cambiar a su hijo de instituto porque le estaban haciendo bulling. Por lo visto, el primer año le fue muy bien, con ganas de ir a clase, interés por lo que estudiaban, notas muy buenas… Todo maravilloso. Pero que este segundo año algo le había pasado. Estaba desganado. Había perdido el interés por todo. Suspendía casi todas. Hasta el comportamiento en casa había empeorado. Les faltaba el respeto, les gritaba. Ya no podía más.

La amiga se quedó anonadada, pues, por sus comentarios deduje que se conocían desde hace tiempo.

La madre no podía más y hubo un momento en el que, la mujer se sentó a hablar con él para preguntarle qué es lo que estaba pasando. Cuál fue su sorpresa cuando el hijo le contó que sus compañeros y compañeras de clase se reían de él porque sacaba buenas notas, porque no llevaba la misma ropa que ellos. Respetaba a los profesores y no se mofaba de ellos. Y miles de cosas más. Hasta el punto de que si no llevaba las mismas deportivas que sus compañeros, la misma ropa o el mismo peinado, le insultaban, le dejaban de lado. Y así, miles de tratos vejatorios por su parte.

Al estuchar todo esto su primera intención fue ir a hablar con quien se encargaba de la tutoría de su clase. Pero su hijo le pidió que no fuese, pues eso iba a ser otra herramienta de burla y mofa para ellos. ¿Consecuencia? Decidió cambiarle de escuela.

Y su amiga le felicitó por la decisión.

Y yo pensé que a lo mejor era la decisión correcta, pero no estaba muy segura de ello. Si el hijo de esa mujer hubiera tenido buena autoestima, se hubiera querido a sí mismo sin importar lo que los demás pensasen de él, todo esto no habría pasado.

Aunque le faltasen al respeto, no le afectaría hasta el punto de estar deprimido sin ganas de ir a clase o suspender asignaturas que siempre había dominado por completo. El problema estaba en su autoestima.

Uno no puede decidir qué es lo que debe hacer la otra persona, en este caso, los compañeros y compañeras de clase. Lo que sí puede hacer es cómo responder a lo que la otra persona hace. Aquí la clave está en la autoestima de ese adolescente. Y se éste no consigue tener una buena autoestima, por muchos institutos a los que vaya, seguirá teniendo problemas de un tipo u otro.

De hecho, ya los había llevado a casa con su forma de actuar con sus progenitores. Y si el origen del problema no se resuelve (la autoestima de este adolescente), los problemas en el instituto y en casa irán en aumento.

Una persona con buena autoestima en ningún momento faltará el respeto a nadie. No necesitará hacer daño a nadie para sentirse bien.

-Sara Estébanez-

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