Nuestros sentimientos y nuestras acciones vienen determinados por nuestras creencias. Si creo que beber leche es malo, no la beberé. Y si por las circunstancias que sea me veo obligada a beberla, emocionalmente no me sentiré del todo a gusto. Tanto, que hasta a lo mejor me puedo llegar a tener malestar de estómago, vómitos o diarrea. El origen de todo esto está en esa creencia de que “beber leche es malo”. ¿Qué crees que pasaría si mi creencia sobre la leche fuese que es algo maravilloso para nuestra salud y que debemos tomar todos los días medio litro para estar sanos? ¿Llegaría a sentarme mal el tomarla? ¿Emocionalmente me encontraría igual si creo que es sana que si creo que es algo perjudicial para nuestra salud?
¿Cómo lo ves tú? ¿Crees que mi cuerpo reaccionaría igual en ambos casos? ¿Y si en vez de ser tú quien tuviese que tomarse la leche fuese tu hijo o tu pareja? ¿Harías lo mismo y te sentirías igual si pensaras que es buena que si es algo insano? Yo creo que no. ¿No te parece? Si no, piénsalo. Da lo mismo que sea con la leche, que el ir en autobús o ir a esa cena a la que te han invitado. En función de lo que creas como correcto y sano, así serán tus acciones y tus sentimientos.
Alfred Adler afirmaba que lo que realmente nos influye en un momento determinado no es lo que sucede en ese momento, sino la interpretación que realizamos sobre lo acontecido. Y dicha interpretación varía en función de nuestras creencias. Es como lo que te comentaba antes de tomar leche o no.
¿Qué quiere decir esto? Que aquello que hacemos y sentimos está condicionado por nuestras creencias. El origen de lo que hacemos o dejamos de hacer está en ellas.
¿Qué pasaría si tus creencias ante un hecho fuesen diferentes? ¿Cómo te sentirías? ¿Qué harías?
Tu realidad está condicionada por todo ello, pero el origen está en lo mismo, en tus creencias.
-Sara Estébanez-
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