– Mi pareja me está poniendo los cuernos. – Desesperado y cabizbajo.

– ¿Cómo lo sabes?

– Nunca me mira a los ojos. Me da besos como si se los diese a un cojín.

– Ya. – Yo seguí escuchándole sin hacer ningún tipo de interpretación.

– Para ella es como si yo fuera un mueble. Como si no estuviese ahí.

Ya no pude por más que responderle. Estaba entrando en un bucle que no me gustaba y que sabía que le estaba dañando.

Y le pedí permiso para hacerle ver dónde estaba yendo con sus reflexiones.

– ¿Te puedo hacer una pregunta?

– ¡Sí claro! Tú eres la única persona con la que puedo hablar de este tema. Por eso te lo cuento.

– Vamos por partes. – Le dije. – Tú conoces el Principio de Metalismo. ¿Verdad? Ya hemos hablado de él más de una vez.

– Sí, claro. – Afirmó contundentemente.

– Y yo me pregunto. Pongamos que no es cierto que te está poniendo los cuernos. ¿Vale? ¿A te lleva el pensar que te está poniendo los cuernos? ¿Qué consecuencias podría tener en tu realidad?

Le dejé roto. Su cara lo decía todo. Levantó su mirado y abrió los ojos como platos.

– A que en verdad me los ponga. Pero…

Le interrumpí.

– Deja los “peros” para después. ¿Y si no es cierto? ¿Cuánta energía estás poniendo en esa realidad que no existe?

– Mucha. – Respondió cual niño regañado. Sabía a dónde le estaba llevando ese tipo de pensamiento.

– Uno atrae lo que piensa. Y si tu mente está cual disco rayado pensando en que te está poniendo los cuernos, lo que conseguirás es eso, que te los ponga.

– Pero no me mira. No me escucha. No existo para ella.

– Venga, vayámonos al Principio de Correspondencia.

Según le iba hablando su cara se iba poniendo más pálida. Sabía perfectamente lo que le iba a decir y su propia respuesta.

– ¿Cuánto caso le haces tú a ella? ¿Cuántas veces le muestras tu amor sólo con tus ojos? Recuerda, “uno recibe lo que da”. ¿Sabes la ropa que lleva hoy? ¿Te has fijado en cómo se ha vestido esta mañana? Habéis desayunado juntos. Lo tienes fácil.

– Pues no, ni idea. – Empezó a agachar la cabeza.

– Entonces no te fijas en ella. Si no la miras, ya no te digo con ojos amorosos, simplemente mirarla. Si no la miras, ¿cómo quieres que sienta interés por ti y no os crucéis las miradas? Tú estás sintiendo lo mismo que siente ella. Aunque no te lo diga. Te está mostrando cómo se siente cuando estáis juntos. Se siente un mueble. Siente que está ahí, pero que si no estuviera tampoco pasaría nada. “¿Para qué estar aquí si ni me mira?” pensará.

– Bffff… – Refunfuñó cabizbajo porque sabía que tenía razón en lo que le estaba diciendo.

– Hagamos una cosa. Esta semana mírala de verdad. Y si puede ser con esos ojos de niño enamorado, mejor. Pero céntrate en ella por un momento. Observa qué ropa lleva puesta. Hazle algún comentario positivo sobre ella, sobre lo que te gusta de ella, lo que lleva puesto. Prepara en casa su plato de comida favorito. Ten esos detalles de “niño enamorado”. Ábrele la puerta cuando vayáis a salir los dos a la vez. Mírale a los ojos haciéndole ver todo el amor que sientes por ella. Son detalles, son cosas que al principio de una relación hacemos así, porque sí. No les prestamos ni la más mínima atención. Y después, poco a poco van desapareciendo.

Sus ojos empezaron a brillar cual niño enamorado y medio llorosos de alegría e ilusión.

– Haz todo eso y la semana que viene, me cuentas ¿te parece?

– Vale.

Acordamos una cita para la semana próxima y nos despedimos.

Continuará…

-Sara Estébanez-

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