Nunca lo entendí.
Eran las fiestas del pueblo y de varias de las poblaciones de alrededor y los petardos y fuegos artificiales eran el día a día.
Pero nunca lo entendí. Estaban prohibidos y aún así sonaban por doquier.
Incluso dentro de una peña, un mini local de menos de 12 m². Una persona con su hijo a su lado tuvo la maravillosa idea de hacer estallar dos petardos dirigiendo la detonación hacia el interior del local. El estallido de ambos petardos resonó por toda la sala hiriendo en los oídos a varias de las personas que había dentro de aquel mini espacio. Algunas de ellas se marcharon corriendo, pero otras permanecieron en él. Y aún ahí siguió con el juego de las detonaciones. El sonido de los petardos y la resonancia en la sala era tal, que otras personas también se tuvieron que marchar al poco rato.
Y todo porque le apetecía. Sabía que estaba infringiendo una norma ya no sólo de la propia peña, sino algo establecido por los ayuntamientos. Pero aún así, “viva la alegría y al que no le guste que se aguante”. Aunque nadie le dijo nada.
Claro, que lo que ese padre le estaba enseñando a su hijo era que las normas no sirven para nada y que te las puedes saltar cuando quieras.
Lo mismo pasa con los conductores que se saltan los semáforos o los peatones que cruzan cuando el muñeco está en rojo o por lugares donde no hay un paso de cebra. Cuando hacen eso están enseñando a los menores que las normas no sirven de nada y que se las pueden saltar a la torera. ¿Y luego se quejan de que no les hacen caso sus hijos a ellos?
No trates de criar a un niño en el respeto de las normas cuando tú no las cumples. Los niños son el reflejo de lo que ven en casa.
-Sara Estébanez-
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