Durante el siglo pasado se hicieron muchos estudios sobre este tema de la profecía auto cumplida. Uno de ellos es el que conocemos como “El efecto Pigmalión”. Durante todo un año académico, se sometieron a dos profesores y a sus alumnos a un experimento, en el que nadie del grupo sabía nada de antemano. Antes de comenzar el curso se hizo la distribución de alumnos entremezclando a los alumnos del mismo nivel. Pero con una sutil diferencia, a los maestros y se les dijo que la clase que les habían otorgado ese año era un grupo selecto formado sólo por estudiantes con altas capacidades para que los mejores docentes del centro, ellos en este caso, fuesen los que impartiesen docencia durante todo ese año. Esto, según se les informó, permitiría a los niños avanzar mejor en los contenidos del año. El que ellos fuesen los mejores profesores del centro favorecería su progreso educativo y evitaría limitaciones tanto de los compañeros del aula que estuviesen menos avanzados, como de los profesionales menos cualificados. De todos modos, esto se iba a poder medir a finalizar el año comprobando los contenidos impartidos y los porcentajes en las notas de cada aula.
Y así fue como empezó el año académico. El trato que dieron desde un principio a sus pupilos y la forma de impartir clase fue totalmente diferente al que solían llevar cuando tenían grupos “normales”. Les hablaban como superdotados, les potenciaban sus cualidades, se esforzaban por que su aprendizaje fuese más productivo, les animaban a ampliar conocimientos para así complementarlos y aumentar lo adquirido, les invitaban a razonar más y a pensar de otro modo. Así un sinfín de estrategias educativas que los profesores “a los que habían engañado” desarrollaron para aquella selecta aula de la que ellos eran responsables.
El resultado fue espectacular. Las notas del grupo fueron comparativamente mejores que las del resto de aulas. El porcentaje de altas calificaciones fue muchísimo mayor en este grupo de élite. El “éxito” había sido aplastante. Eso era lo que en principio los profesores creían. Pero cuál fue su sorpresa cuando, ya finalizado el curso, se les dijo que en verdad los alumnos a los que habían impartido clase ese año eran exactamente igual de inteligentes que los del resto de aulas. Incluso, que todo el claustro estaba exactamente igual de capacitado que ellos. Todos eran muy buenos impartiendo docencia y no había unos profesores mejores que otros. ¿Te puedes imaginar la cara de asombro de los maestros al escuchar la noticia?
A pesar de la mentira inicial y de ser un grupo totalmente normal, su rendimiento fue muy superior al del resto de clases. ¿Por qué? ¿Cuál fue la causa? Sencillo. Los responsables de su formación les trataron como superdotados. Les invitaron a hacer razonamientos y descubrimientos que sólo la gente con altas capacidades puede llevar a cabo y les trataron como tal. A esto debemos sumar que las expectativas de los propios docentes estaban en un nivel muy alto. Que, dicho sea de paso, fue lo que consiguieron a final de curso. Es decir, mentalmente generaron un resultado. Esto fue posible gracias a la creencia de que las mentes de los niños eran de alto rendimiento. Por lo que los resultados que, inconscientemente, esperaban de ellos eran por encima de la media.
Si nadie les hubiese dicho nada a principio de curso, el rendimiento del aula hubiese sido similar al del resto de grupos del centro del mismo nivel. No hubieran sobresalido por encima del resto. Aquí está nuestra Profecía Autocumplida. Lo que determinó un resultado académico distinto fue la creencia que tenían los profesores sobre sus capacidades. Esperaron más de lo normal y eso fue lo que obtuvieron. Esta es la clave de nuestros resultados. Lo que demos como cierto y lo que esperemos de las cosas es lo que va a determinar que obtengamos una cosa u otra.
-Sara Estébanez-
También puedes seguirnos y ver nuestras publicaciones en:
https://www.facebook.com/relacionesdepareja
https://www.facebook.com/comprendiendolarealidadcom
https://www.instagram.com/sexualidad_crecimiento/