Ahí, en la lejanía de la ciudad, apartado del mundanal ruido y de todo contacto con humanos había dos árboles. Uno robusto y floreciente y otro decaído con todas sus ramas secas y mustias. Los dos eran alerces. Por antonomasia, el árbol de la fuerza, ya que sus flores son usadas para eso, dar fuerza y vigor a quien toma su esencia. Sin embargo, uno estaba todo bello y florido y el otro flácido y marchito.
El que se encontraba sin fuerzas se lo preguntaba continuamente. ¿Qué había pasado? ¿Por qué esa diferencia entre ambos? Los dos estaban en el mismo lugar. Llevaban allí el mismo tiempo. Pero a pesar de ello él estaba hecho una piltrafa y su compañero irradiaba felicidad. ¿Cuál sería su secreto?
Ya llegó un momento en el que no pudo más y le preguntó para saciar aquellas dudas que tanto le comían la cabeza.
– Hola Gran Alerce.
– ¿Por qué me llamas Gran Alerce? Tú eres un alerce igual que yo. – Le contestó.
– Sí, pero mírate y mírame. Tú emanas fuerza, energía, ilusión. ¿Y yo? Yo soy todo un esqueleto de ramas sin hoja alguna, ni flores, ni frutos. Y tú mírate lo guapo bello, floreciente y robusto que estás. ¿Por qué esta diferencia entre los dos? No le encuentro sentido.
– Es verdad. No tiene sentido. Nuestras semillas salieron a la vez. La ventisca hizo que nuestras semillas viniesen las dos juntas a este lugar.
– ¿Entonces por qué esta diferencia entre nosotros? – preguntó el alerce mustio.
– ¿Te puedo hacer una pregunta indiscreta? – Respondió el alerce floreciente.
– Mmm… Sí.
– ¿Cómo te sentiste cuando te convertiste en semilla y saliste volando del alerce en el que estábamos?
– Pues, ¿la verdad? Mal, muy mal.
– Yo también me sentí así. Y cuando vi en el lugar en el que había caído, todo árido y sin vida donde no había ningún árbol a nuestro lado, peor aún.
– ¿Entonces? No entiendo nada. ¿Por qué esta diferencia entre tú y yo?
– Porque todo ese vuelo con el aire, ese aterrizaje en este lugar está en el pasado. Ya no lo puedo cambiar. No puedo luchar contra ello.
– ¡Ni yo! – Exclamó el alerce mustio y caído.
– ¿Entonces? ¿Por qué sigues pensando en lo que pasó? El pasado no está aquí. Ya no vale el pensar cosas como “si hubiera…”. Ahora, la cuestión es aceptar la situación, porque lo que pasó no lo podemos cambiar. Lo único que podemos cambiar es nuestra actitud en el presente. La clave está en qué es lo que hago ahora desde mi presente. ¿Aceptarlo y sacar todas mis fuerzas para ser un gran alerce? ¿O quedarme en la frustración de lo que pudo ser y no fue? ¿Qué hice? Aceptarlo y en ver qué podía hacer en mi momento presente para ser más feliz. ¿Qué hice? Enraizarme, como hiciste tú. Que por eso tú también eres un árbol. Pero, además, comencé a disfrutar del lugar y a sacar toda mi grandeza.
– Pero si no hay ningún árbol aquí. – Musitó el alerce deshojado.
– ¡Sí! Con mayor motivo. Soy el árbol más bonito, más frondoso y más florido del lugar. ¿Que estamos solos tú y yo? Sí. Pero sólo aceptando la situación en la que estamos y viendo la realidad desde el presente, puedo crear y ser el árbol que soy. Y a ti te pasa lo mismo. Tú eliges. ¿Prefieres centrarte en esa semilla bajo el cobijo de miles de alerces o prefieres ver las cosas desde el aquí y ahora y ser feliz? Es tu elección. Además, recuerda quién eres. Eres un alerce. Uno de los árboles con mayor fuerza interior. Por eso los humanos nos utilizan para encontrar su fuerza propia interior. ¿Qué quieres ser? Más aún, a los humanos les pasa lo mismo. En el pasado no hay nada, pero muchas veces se quedan en él y no se permiten vivir el presente. No se dan cuenta de que es sólo desde el presente, desde el aquí y ahora, desde donde pueden crecer y permitirse ser felices.
-Sara Estébanez-
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